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Investigación – Docencia – Vinculación con el Medio

18 de junio del 2020

Científicos chilenos descubren en la Antártica el huevo más grande durante la era de los dinosaurios

Por cerca de ocho años a este objeto se le conoció como “The Thing”, por la película de terror y ciencia ficción de John Carpenter de 1982, debido a su extraña apariencia, similar a una gran pelota de basquetball aplastada o a un saco plegado, así como por el hecho de haber sido encontrado en la Antártica. El misterio sobre qué era este fósil, hallado por investigadores de la Universidad de Chile y del Museo Nacional de Historia Natural, entidad dependiente del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, durante una expedición a la Antártica en el 2011, fue resuelto por científicos de ambas instituciones y de la Universidad de Texas, en Austin.

La investigación, destacada por la revista Nature, determinó que el inusual cuerpo se trataría de nada más y nada menos que el mayor huevo de la era de los dinosaurios del que se tenga registro, y el segundo más grande en la historia, después del huevo del “ave elefante”, un ave extinta, similar a un avestruz, que habitó Madagascar hasta el siglo XVIII. Microscopía electrónica de barrido, espectroscopía de rayos x y difracción, espectrometría y tomografías fueron parte del análisis que permitió al equipo de científicos concluir que se trataría además de un particular huevo de cáscara blanda, parecido a los que colocan lepidosaurios como lagartos, serpientes y tuátaras en la actualidad.

259 especies de lepidosaurios integraron la gran base de datos construida por los investigadores para identificar la relación de este huevo con este grupo de animales. “Se hicieron dos estudios para identificar características del huevo y tamaños corporales de la madre. Uno de ellos permitió comprobar que el huevo era de cáscara blanda, una muy delgada además. El segundo analizó una gran cantidad de lepidosaurios para intentar estimar el tamaño de la madre en relación a las dimensiones del huevo, lo que arrojó un rango amplio, entre 7 y 17 metros”, explica Alexander Vargas, académico de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile y director del Proyecto Anillo Registro Fósil y Evolución de Vertebrados, integrado por la Universidad de Chile, el Museo Nacional de Historia Natural y el Instituto Antártico Chileno (INACH).

El Antarcticoolithus bradyi

Este es el huevo de cáscara blanda más grande que se conozca a la fecha. Su masa estimada estaría cerca de los 6,5 kilos, y tendría unos 29 centímetros en su eje mayor y 20 en el menor. El aspecto de pelota de goma desinflada fue clave para plantear que se trataba de un huevo blando eclosionado, pero los estudios posteriores precisaron además que presenta una corteza calcárea externa 10 veces más delgada que la que tendría un huevo de cáscara dura de este tamaño (como los de aves y cocodrilos) y una membrana testácea proteica interna de gran grosor, características que le dan la apariencia de cáscara blanda a este tipo de huevos.

Su importancia está dada tanto por su enorme tamaño como por su rareza. De hecho, hasta hoy se conoce sólo un registro de huevo fosilizado de este tipo en China. “Gracias a este hallazgo ahora sabemos que existen huevos de cáscara blanda de este tamaño. La masa límite de estos es de 700 gramos, entonces viene a romper el esquema con sus 6.5 kilos, comparables a la masa del gran huevo del “ave elefante” de Madagascar y a los mayores huevos de los dinosaurios no aviares. Con este dato podemos comprender un poco más sobre la forma de reproducción de los grandes reptiles marinos de la era mesozoica”, destaca David Rubilar, Jefe del Área de Paleontología del Museo Nacional de Historia Natural, que participó en este trabajo.

El fósil, nombrado Antarcticoolithus bradyi, que significa “huevo de piedra antártico tardío”, es algo inédito también porque la regla general en el caso de los fósiles “es que se preserven sólo aquellos de cáscara dura, mientras que los huevos de cáscara blanda, compuestos principalmente de una capa proteica, tienden a descomponerse con facilidad, y no quedar preservados como fósiles”, agrega el investigador.

Huevo de reptil marino

El estudio, realizado junto a científicos de la Universidad de Texas en Austin, determinó que la especie que produjo este huevo correspondería a un reptil marino, muy probablemente a un mosasaurio, especie que vivió hace más de 66 millones de años en Europa Occidental, Norteamérica, Sudamérica y Antártica. “Los mosasaurios son lagartijas gigantes adaptadas al agua, directamente emparentados con lagartos monitores de lengua bífida, como el dragón de Komodo, y serpientes. Este es probablemente un huevo vestigial de uno de ellos, es decir, un huevo cuyo desarrollo transcurre en el útero, y que apenas sale de la madre, la cría emerge de él. Se considera una forma distinta de viviparismo en reptiles, de dar a luz crías vivas”, plantea Alexander Vargas.

La isla Seymour , el sitio donde fue encontrado, es abundante en fósiles de mosasaurios y plesiosaurios, comenta además Rodrigo Otero, investigador de la Red Paleontológica de la U. de Chile que encontró este huevo junto a David Rubilar. Desde este sector extrajeron también los restos que le permitieron, junto con otros científicos, describir al Kaikaifilu hervei el año 2017, el mosasaurio más grande de Antártica conocido hasta el momento, y de la misma edad del huevo. “Todas las características de este huevo de cáscara blanda apuntan a afinidades con lepidosaurios, que es un grupo que incluye a los mosasaurios. Sabemos que existen mosasaurios de la talla suficiente para producir un huevo de estas características, como es el caso del Kaikaifilú hervei, cuyo tamaño se estima entre 7 a 10 metros. Pero la parte que no sabemos es lo que pasa con los plesiosaurios. Sabemos que hay plesiosaurios de hasta 12 metros en Antártica, pero es un grupo que se extingue en el límite K/Pg (evento de extinción masiva de hace 66 millones de años) y, por lo tanto, no tenemos forma de hacer una comparación con organismos vivos del mismo linaje”.

Los investigadores dataron este fósil en cerca de 66 millones de años, justo al final del período Cretácico, por lo que fue puesto muy cerca del momento de la extinción masiva que pone fin a la era de los dinosaurios. “Antártica era un sector muy similar a un archipiélago. La fauna de reptiles de marinos incluye -hasta donde sabemos- plesiosaurios, mosasaurios, tortugas marinas, y también se han encontrado abundantes restos de tiburones. A nivel continental, se ha hallado abundante flora, representada por troncos fósiles, como los Nothofagus, que son árboles como el ruil y el roble, muy parecidos a los que podemos encontrar hoy en la Región del Maule. Además, hay registros de una diversidad de dinosaurios saurópodos, terópodos y ornitópodos”, describe Rodrigo Otero.

Historia de un inédito hallazgo

El descubrimiento de este huevo ocurrió el 2011, en el marco de la Expedición Científica Antártica que año a año realiza el Instituto Antártico Chileno (INACH). Ese año se desplegó la mayor campaña paleontológica del país en el Continente Blanco a la fecha, y gran parte del trabajo de los paleontólogos y geólogos que la integraban se concentró en la Isla Seymour, territorio insular ubicado al noreste de la Península Antártica, muy cerca de la gran isla James Ross.

“Esta isla genera un interés especial para la paleontología, no sólo porque a lo largo de toda su extensión es posible encontrar maravillosos y abundantes fósiles, sino también por el hecho de que ahí se encuentra uno de los pocos lugares en el planeta donde está bien identificado el límite K/Pg, que marca el fin de la era mesozoica, o de los dinosaurios, y el comienzo de la cenozoica, o era de los mamíferos, hace 66 millones de años”, señala David Rubilar, quien encontró este huevo junto a Rodrigo Otero el marco del proyecto Anillo de Ciencia Antártica ACT-105 Conicyt-Chile, dirigido por la profesora de la Universidad de Chile, Teresa Torres.

Durante esa expedición, junto a Rodrigo Otero, exploraron un sector de la isla donde se habían identificado múltiples restos de mosasaurios y plesiosaurios. “En uno de estos lugares encontramos un gran cráneo de mosasaurio, y días después, a unos 200 metros, vimos una estructura negra que pensamos que era otro cráneo. Cuando la sacamos nos dimos cuenta de que era algo orgánico, tejido blando de alguna naturaleza, y empezamos a hipotetizar. Pensamos primero que podía ser un estómago de reptil marino o incluso un alga. Cuando llegamos al campamento preguntamos a los geólogos que nos acompañaban si habían visto algo similar y su cara de incertidumbre daba la respuesta, así que como no sabíamos lo que era, el paso siguiente fue llamarla la cosa”, relata Rodrigo Otero.

El misterioso resto orgánico, conocido desde entonces como “The Thing”, fue llevado ese 2011 al Museo Nacional de Historia Natural, lugar donde permaneció como un objeto fósil no identificado hasta el 2018. Ese año la investigadora de la Universidad de Texas en Austin, Julia Clarke, quien durante una visita al recinto conoció este hallazgo y planteó la posibilidad de que se tratará de un huevo blando plegado. “En ese mismo momento revisamos imágenes de huevos de serpientes marinas, que poseen huevos blandos, y eran idénticos aquellos pliegues que se generan luego de la eclosión. Ahora ‘la cosa’ podía ser un huevo de un reptil marino, uno enorme ¡había que hacer el estudio!”, relata David Rubilar.

A futuro, aún se abren muchas interrogantes por responder en relación a este descubrimiento, adelanta Alexander Vargas. “Esta es una de las pocas veces que se ha encontrado un huevo en un sedimento marino y, además, blando. Es curioso que se haya preservado ahí. Hay muchas coherencias que cruzan este hallazgo. Esto quizás nos da una pista de en qué tipo de entornos podríamos encontrar otros huevos de este tipo. También se abre una discusión sobre cómo y dónde nacían estos animales”, concluye.

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